sábado, 6 de junio de 2009

(pienso yo) #1




Seguramente muchos pensarán que lo más importante que hizo Karl Marx fue proponer un sistema político utópico capaz de significar un contrapunto al corrupto y esclavizante capitalismo que hipotéticamente vivimos. Pero creo que lo verdaderamente novedoso del pensamiento de este señor fue la proposición de un punto de vista sobre la historia (en principio) muy metódico y lógico, en el que los acontecimientos son explicados no desde la superestructura cultural y moral de cada período, sino desde la óptica de la organización y distribución de sus bienes y fuerzas productivas, poniendo en el centro del asunto no la economía, sino los fenómenos que ésta cataliza: Marx era ante todo un materialista.Si has crecido educado por el EGB y sus románticas y legendarias construcciones históricas, el materialismo como forma de pensamiento es una aproximación muy sorprendente a la realidad. Según Marx, la ideología y el pensamiento de cada época son poco más que un mero maquillaje con el que las sociedades ocultan la verdadera naturaleza de sus pulsiones: la optimización de recursos, la explotación del habitat para garantizar la supervivencia, la sociedad como fenómeno lógico muy similar a la estructura funcional de las hormigas... Dios es el opio del pueblo, y lo real se reduce a una sucesión de procesos de lógica zoológica un poco sibilinos. Este punto de vista va muy en sintonía con el psicoanálisis, que viene a decir que lo que hacemos en la vida es construirnos películas románticas que hagan más llevadera la auténtica naturaleza de nuestros actos: lo único que nos interesa es comer, follar y trabajar, y nuestra subjetividad no es más que un cuento chino personalizado para hacer que la vida parezca más bonita. Somos por tanto unos animalitos más o menos sofisticados, cualquier acontecimiento puede describirse y justificarse de acuerdo a la misma lógica "natural" con la que hablamos de tigres, gusanos o helechos. Por muy capitalistas que seamos o muy aficionados al Orfidal y el Trankimazin, la relación con lo real que mantenemos todos nosotros respondería a la lógica expuesta por Marx y Freud.

Una de las consecuencias más divertidas de esta forma de pensamiento marxista-freudiana es la consideración de que, del mismo modo en que las abejas o las hormigas se especializan socialmente en "obreras", "guerreras", "reproductoras", "reinas" etc., los humanos funcionamos exactamente igual. Tenemos guerreros, arquitectos, agricultores, reyes, incluso famosos (las hormigas no saben lo que se pierden al prescindir de esta categoría)... y uno de los más peculiares especímenes zoológicos del universo: los pensadores.
¡Ay, los pensadores! Todos usamos nuestras neuronas con más o menos fortuna, del mismo modo que todos tenemos un soldado dentro, pero el auténtico pensador especializado lo hace de un modo muy diferente al común de los mortales. Antes se los llamaba "filósofos", pero ese término ha quedado como una palabra cursi, inútil, que describe a aquel charlatán que elucubra teorías pintorescas y aleatorias sin demasiado interés productivo. Desde el marxismo freudiano, el arquetipo de filósofo es un personajillo sin demasiado interés, que piensa porque sí y ocupándose de cuestiones absurdas con argumentos peregrinos: el verdadero pensador,al igual que el reponedor, el encofrador o el fresador, sólo tiene valía si su trabajo está orientado a lo operativo, uséase, a que su pensamiento pueda tener un impacto positivo sobre las estructuras sociales y la gestión de sus mecanismos funcionales. Es decir: desde principios del siglo XX nadie puede ser tan ingénuo como para escribir un libro en plan Kierkegaard y ser tomado en serio, y algo tan supuestamente romántico como el existencialismo es en realidad una filosofía completamente operativa y pragmática. Los pensadores actuales no compiten con Hegel: lo hacen con Deep Blue y con el LHC del Cern. Los que tiran por ontologías, misticismos y trascendentalismos son solamente iluminados que nunca llegarán a ningún lado. (Ojo, no estoy diciendo lo que yo opino al respecto, sino lo que afirma la doctrina materialista hardline)

Todo este rollo viene a cuento porque acabo de dar por terminado "Las palabras y las cosas" de Foucault, que lo mío me ha costado, y que es el ejemplo perfecto de los aciertos y errores de este paradigma de pensador cuya obra está orientada, esencialmente, a generar pensamientos y conocimientos positivos capaces de cambiar el mundo. De hecho, la forma de trabajar de Foucault, su método y objetos de estudio, no han sido superados por ahora, siendo el francés todavía una referencia ineludible para los pensadores actuales. Sin emabrgo, debo decir que el libro me ha decepcionado un poco, pese a que cuenta con una serie de hallazgos conceptuales muy interesantes. Pero el tono del libro, su atmósfera y su estructura de pensamiento, no es más, como ya he dicho, que un trenzado más o menos ingenioso de los fundamentos de Marx y Freud: en ese sentido, Foucault sorprende muy poco, puesto que aquello de lo que habla, lo que dice, es mucho más deductivo que propositivo, siendo más evolución que revolución de pensamiento.

¿Lo mejor del libro? Bueno, tiene muchas cosas deslumbrantes. Por ejemplo, la intención de sustituir la metodología historiográfica clásica por algo más cercano a la arqueología, la etnografía o la genealogía, que como cambio de paradigma es algo muy contundente. Las reflexiones sobre signo y lenguaje son seguramente muy importantes para la semiótica, pero su punto de vista no es el que me interesa (diría que su posicionamiento es secretamente positivista, descartiano: tras esforzarse en desnudar la lógica epistemológica por la cual las sociedades antiguas son víctimas de su superestructura cultural, Foucault parece no darse cuenta de que tambien él es víctima de la episteme de su tiempo, y por tanto sus ideas no son más ciertas, más falsables, que cualquier otra pretérita). En general, estos pensadores estructuralistas tienden a desmontar los engaños de la historia y los límites de la razón, llegando al callejón sin salida de pretender que, por una parte, todo es más o menos relativo o debatible, y sin embargo mantener viva la utilidad y veracidad del pensamiento puro, en un harakiri de la filosofía que, hasta donde yo conozco, todavía no ha sido resuelto. Si toda filosofía no es más que un proceso deductivo a partir de un determinado punto de vista subjetivo y contingente, ¿cómo defender como verdadera y necesaria una sola filosofía, y no infinitas filosofías? Foucault no tiene la respuesta, al menos en este libro. Creo que Deleuze va más allá en ese sentido, pero tras leer a Foucault y quedar mouco, no me quedan neuronas dispuestas a tragarse el Mil mesetas.

El capítulo dedicado a las Meninas es muy agudo y tremendamente recomendable para aquel que quiera introducirse en la magia de este cuadro, si bien su aproximación es coja desde el inicio: hace un análisis fundamentalmente literario y semiológico de esa obra, eludiendo todo lo de puramente pictórico que pueda tener, dejando fuera aquello que no entra en ningún discurso en la medida en que pertenece a un lenguaje no verbalizable. Pero donde resulta especialmente ingenioso es en el epígrafe que dedica a El Quijote, sin duda la mejor explicación que he leído sobre la obra de Cervantes, en una reflexión profundísima sobre la locura y su somatización social, en lo que a mi entender supone el punto fuerte del pensamiento de Foucault y su verdadera potencia revolucionaria. Sin embargo, hay algo que me decepcionó mucho en este "Las palabras y las cosas": lo mucho que tiene de construcción meramente literaria, y por tanto nostálgica. Pese a la parsimoniosa y sistemática búsqueda de una reconstrucción lógica y realista de la historia, desapasionada y distante, el manierismo y las servidumbres de un libro que se sabe ante todo tratado filosófico, terminan por lastrar la credibilidad de sus deducciones. Los referntes que utiliza no son nunca realidades sino citas bibliográficas, y el modo de redactar (tan francés, con esa chulería y vanidad barrocas de los filósofos sesentayochescos) tiene demasiado peso en un discurso que, de estar menos pendiente de su condición literaria y más centrado en su dimensión estrictamente de pensamiento, hubiese sido más puro y veraz. "Las palabras y las cosas" debiese haber sido redactado como un manual técnico de semiótica, sin el lastre pesadísimo de una autoría y una firma, que son cosas heredadas por inercia de cuando la filosofía era Filosofía. Apuesto porque los pensadores del futuro no firmen sus obras, del mismo modo que el inventor (o inventores) del Pentium IV no firman sus michochips. A fín de cuentas, el pensador no es más que otra hormiga obrera, ni más ni mejor que la cocinera o la futbolista. Cumple un cometido social determinado, en el que los personalismos y vanidosos cultos al yo no son más que un lanzar piedras contra su propio tejado. Se me ocurre a vuelapluma que seguramente todo pensamiento auténticamente racional ha de ser necesariamente impersonal.


Vamos a dejarlo aquí, que estos temas me superan completamente. Yo seguiré con mis cortaypegas fotográficos con el MSN Paint, que me encanta. Gracias a esta herramienta tan tontona y punky me lo paso bomba jugando de modo surrealista con la iconografía moral que nos condiciona de modo pavloviano, y me ayuda a entender mejor a Warhol y Dalí (y Duschamp), que en fondo eran algo muy parecido. Lo próximo serán imágenes lo más displásticas y aleatorias posible, porque en la fealdad queda todavía mucha belleza por encontrar.