jueves, 15 de octubre de 2009

Lagarta













Estoy intentando leer un arduo y farragoso ensayo de Jean Douvignaud llamado "Sociología del arte", en el que intenta establecer una metodología crítica capaz de trascender la idea del arte como expresión de un ego e integrarlo en la estructura social de conocimiento de la que es producto. No entiendo mucho de lo que dice, porque está muy mal escrito (¡qué manía tienen los franceses de redactar confusamente para alardear de ilustración!) y porque no me manejo entre sus eruditos referentes, imprescindibles para la comprensión (la típica epistemología rojeras de Adorno, Horkheimer, Habermass, Benjamin y demás cenizos). Pero me ha quedado clara una idea de la que me siento muy cómplice: el espacio estético es un espacio de juego, y escapa a las leyes de la moral; genial conclusión que legitima a los que, como crisisdefe, odiamos las fábulas de catequesis de Clint Eastwood, y consumimos subproductos amorales como "Jennifer´s body", el divertido dislate que ayer me ví en canónico streaming, que es lo suyo.
Existe una genealogía pérfida de cine adolescente oblicuo y divertidamente indecente, en la que se cuentan historias negras en las que los teenagers dan rienda suelta a sus innata fascinación por lo prohibido, y en la que el recorrido moral de los protagonistas no es el de la redención de una vida complicada, sino exactamente lo contrario: chavales white trash de cómodas vidas burguesas que se zambullen en el lado oscuro como liberación de las ataduras sociales, sin más justificación posible que el actuar con testiculina. En esa tradición filo-satanista caben "Escuela de jóvenes asesinos", "Chicas malas", "Jóvenes y brujas", "Jóvenes ocultos" o "Caramelo asesino", y de la que "Elephant" no es sino la exégesis artísticamente respetable, moralizante y burguesa. Frente a la ternura miserabilista y evangelizadora del cine teen "de auteur" ("Kes", de Ken Loach, "Los 400 golpes", "Barrio", "Las vírgenes suicidas", "Kids"...) en las que el joven no es más que una víctima ignorante de las presiones de un entorno asfixiante, al Hollywood más deslenguado no le tiembla la mano a la hora de producir fábulas en las que en teeno es un ser deliberada y voluntariamente malo, retorcido, egoísta y cruel. Sin coartadas moralizantes ni justificaciones etiológicas lineales: el mal por el mal, y porque es divertido. Jennifer´s Body es la última y descocada aportación al género, tan divertida como cabría esperar y con todo el arsenal de atractivos habituales en este tipo de ficciones: la nerda que en el fondo quiere ascender socialmente, la Dancing Queen histérica, el indie atormentado, y por supuesto el neumático filetón de moda enseñando abundantes centímetros cuadrados de sus jamones: en este caso, la hormonal y seductora Megan Fox, el típico cuerpo cuyas deslumbrantes formas legitiman su presencia en pantalla como mero objeto sexual, liberándonos de la pregunta sobre su talento como actriz. Por supuesto, Megan no es Vanessa Redgrave, ni falta que le hace: la Fox es la pelandrusca oficial de América, la nínfula más deseada y una celebrity lagartona tan soñada por ellos como odiada por ellas: lo tomas o lo dejas.
Lo curioso de la película, guionizada por la misma niña que escribió la respetada Juno, es que resulta peligrosamente... inteligente. Quiero decir: para manejarse con total libertad por esos intersticios morales dionisíacos y libertinos, es mucho mejor la valiente ignorancia y el bruterío inconsciente que la meticulosidad racional. Para ser totalmente malo se ha de ser, tambien, un poco tonto, y este guión tan repensado y autoconsciente implica una cierta pérdida de autenticidad, como siempre que los intelectuales intentan apropiarse de los asuntos del camp: algo se pierde en el tránsito de la baja a la alta cultura. Sin embargo, Jennifer´s body es suficientemente alocada y disparatada para satisfacer a los aficionados a este tipo de cine. No le falta tampoco la necesaria conclusión moralizante, como en TODOS los clásicos del género, hasta el punto que la coda final, de tan recurrente, se sabe fraudulenta por una platea que hubiese deseado que, por una vez, ganasen los malos. Tampoco faltan los tacos, la música de moda, las reflexiones conspiranoicas sobre lo real, los chicos guapos y todo lo que se le puede pedir al cine comercial de la era twitter. A mí me ha gustado mucho, y me ha hecho recuperar la fe en la tradición de cine púber, tras la asombrosa necedad de aquel Crepúsculo que me había hecho pensar que las películas para polluelos abandonaban su tradicional libertinaje en pos de una peligrosa respetabilidad moral.