martes, 14 de julio de 2009

Félix



Esta instalación tan sencilla, obra de Félix González Torres, es una de esas obras del montón que por una razón o por otra reaparecen aleatoriamente en tu vida en momentos más o menos significativos. La primera vez que oí hablar de ella fue, como no, a Juan Ambidiestra, que según creo recordar incluso planeaba hacerse unas chapitas-homenaje para llevarlas en su solapa.
Unos años después, estando yo de viaje en Barcelona, encontré una reproducción en la pared de vaya usted a saber qué bar y tuve esa agradable sensación de complicidad que produce el encontrarte inesperadamente fetiches que consideras privados y que, allí donde aparecen, te hacen enamorarte irremediablemente de su contexto. Más tarde hablaron de su autor en uno de esos programitas de cultura-express de La 2: empezaba ya mi actual período racionalista y se me hizo un poco cursi, especialmente si la comparo con otras obras de su autor, que contemplo desde una óptica más cercana al ruidismo que a la ópera. No sé si me explico.
Pero lo que no me esperaba bajo ninguna circunstancia...¡era encontrármela en el perfil de un dandy catalán, en la página de contactos gays más cochina que os podáis imaginar! Por supuesto, felicité al susodicho love seeker por su exquisito buen gusto, pese a que en ulteriores conversaciones el tío resultó ser un afectado meapilas. El caso es que no logro encontrar una narración que ate entre sí estas apariciones aleatorias de los relojes. Quizás toque un cambio de fase, o de estado mental, o de brújula, no lo sé. Seguro que antes o después volverá a cruzarse en mi camino.