martes, 1 de septiembre de 2009

7 enunciados posvacacionales




























1. Freudianos y etiólogos como nos sentimos, siempre hemos eludido la lectura de las explicaciones psicoanalíticas sobre el fenómeno de la risa: tememos que la fría hermenéutica del diván pueda dañar la espontánea ingenuidad de algo tan sagrado para nosotros como el
sentido del humor. Nos gusta reir inconscientemente.
Sin embargo, a buen seguro sería muy interesante conocer el motivo por el cual los telediarios hablan de un "síndrome posvacacional" de forma ligera, humorística, quitándole hierro, en el bloque de noticias enrolladas. La semántica utilizada es bastante ilustrativa: "síndrome" apela a una patología, a un desorden emocional, y no a un sentimiento legítimo y reivindicable como cualquier otro. El caso es que nosotros sufrimos esta supuesta enfermedad con virulencia extrema: que alguien nos recete urgentemente algún ansiolítico zombificamnte, porque en momentos como este nos damos cuenta de lo absurdo de la mayoría de los trabajos que hace la gente, y la neurosis con la que el sistema pretende convertirlos en imprescindibles y necesarios. Huye hacia adelante trabajando, y mantendrás la cabeza convenientemente anestesiada contra tu subjetividad.
2. Hemos visto de nuevo, en un milmillonésimo pase casero, "La Coleccionista", y cada vez nos gusta más. Por el naturalismo manierista de Rohmer, la impresionante fotografía de Nestor Almendros, por lo deslumbrantemente guapo y elegante que sale Patrick Bauchau, por esos
diálogos literariamente pedantones (y certeros), por lo de moral y de frívolo que tiene, y muy especialmente por su atmósfera. Mataríamos por pasar un verano en semejante villa mediterránea. Sin hacer absolutamente nada, como buenos dandys.
3. De Lisboa, me quedo especialmente con la sensación de conocer mucho mejor a mi hermana. A veces, las inercias de la vida derivan en el desconocimiento íntimo de gente aparentemente muy cercana. He escuchado a menudo recientemente que está mejor Oporto, pero yo me quedo con Lisboa: la condición de capitalidad, especialmente si ésta es secular, otorga a las ciudades un carisma y una problemática que me resultan muy simpáticas. Además, en Lisboa hay más modernos.
4. Ignoramos cuáles habrán sido este año las canciones del verano. De lo poco que conocemos, nos quedamos con el "Colgando en tus manos" de Carlos Baute y Marta Sánchez, y muy especialmente con "Mejor mañana", de la triunfita Vega, cuyas guitarras a lo Cherry Red y su
melodía sincopada nos recuerdan mucho a ciertos grupos indies de finales de los 80. Por desgracia, la voz de la diva es demasiado altisonante, como lo de cualquier otro hasbeen exconcursante defenestrado de OT.
5. No hemos escuchado ni un solo disco entero en estos dos meses. Mientras no encontremos una nueva revolución en la cultura pop como en su día fue el techno, no sentimos ningún interés por dicho universo: ¿a nadie le chirría que no haya habido NADA verdaderamente nuevo en
el último lustro? Para ejercitar el músculo auditivo, nos contentamos con rollo Britney, minimal de usar y tirar, y haciendo nosotros la música que se parezca a la que nos gustaría escuchar.
6. Este verano me he movido mucho por el circuito gay (y digo mucho sólo en comparación con lo que suele ser habitual en mí): he salido mucho por el ambiente, he chateado unas tres o cuatro horas semanales, he abierto perfiles decentes e indecentes, he leído bastante teoría queer. He debatido mucho conmigo mismo (y con quien ha accedido a participar de este diálogo) sobre la promiscuidad, las parejas abiertas, el fracaso del modelo relacional monógamo burgués, el papel teóricamente alienante del "amor" como herramienta de organización social, la duración natural del ciclo hormonal subyacente (¿4-5 años?, ¿10, en el mejor de los casos?)... Y lo único que tengo claro es: 1) Cada uno que haga lo que quiera; 2) Los usos y costumbres del mundo gay canónico me resultan, por el momento, completamente ajenos; y 3) aunque la progresía tienda a identificar "ley" y "moral" con represión y renuncia, en mi caso moral y emoción van de la mano: me gustan las leyes del amor cortés, del amor de canción de amor, con todo lo de alienante y ficticio que pueda tener. He intentado (Foucault y adláteres mediante) soltarme el pelo y liberar mis impulsos del yugo de las ficciones trascendentes, pero no lo he conseguido: sigo tan reprimido como siempre.
7. Tenemos la sensación de que hay demasiada gente en el mundo. Por la calle, en las playas, los bares, trabajando, conduciendo, paseando, en el myspace ye l facebook... todo está invadido por un insoportable exceso de personas. ¿No tenéis la sensación de que cada vez está todo más superpoblado? Odiamos esa sensación: se parece a estar zapeando y encontrar 4 o 5 programas más o menos interesantes, pero ninguno lo suficiente como para quedarnos con él. Terminas zapeando compulsivamente. Tanta gente termina por resultar una gigantesca papilla humana de entes anónimos cuya individualidad necesita una criba para ser descubierta, y la posmodernidad, fascinada por la megalópolis, dibuja una construcción del mundo edificada con estadísticas y números gordos, cada vez más gordos. Existe una fascinación morbosa por los imperdonables excesos del mundo, de los que participamos como si de un film catastrofista se tratase: todo podría ser un juego de rol ciberpunk si obviásemos realidades como hacer cola permanentemente, competir con docenas de currículums para cualquier trabajo, aparcar en doble fila, escuchar las broncas de los vecinos por el patio, anestesiarnos contra la acción mediante la invención de esa perturbación del superyó que nos hace decirnos "eso es demagogia".