miércoles, 30 de septiembre de 2009

El erotismo congénito de "lo real"










Para Lacan, referirse al deseo no es tampoco referirse a lo sexual, sino mas bien al lugar que cada sujeto ocupa sin saber en el entramado discursivo que hereda como sujeto de la palabra , que le impide en muchos casos realizar un acto que concuerde con el, que es vivido para muchos como angustia que es ocupado por los síntomas que es evitado en fin que mantiene con él una relación al menos paradójica y desconocida

Esta indescifrable cita tomada del típico ladrillaco sobre Lacan es ilustrativa de lo plúmbeo y farragoso de los discursos sobre la sexualidad que se marcan los intelectualos. ¡El lúdico mundo del folleteo deviene retórica incomprensible cuando se le intenta revestir de legitimidad intelectual! Paradójicamente, Lacan decía que sobre el sexo no hay mucho que decir, porque queda fuera de las palabras. Fútbol es fútbol, y Fornicio es fornicio, punto pelota, rien ne va plus.
¿Qué sucede entonces con la representación del sexo. con su novelización? Si el sexo queda por definición fuera de cualquier discurso, ¿cabe entonces en el arte? En mi opinión: ¡demonios!, pues claro que sí: ¿qué es si no el porno, una forma de arte cuya aspiración es eludir la constitución de un lenguaje?
La imagen pornográfica tiene, siempre, vocación de realidad, en una entelequia imposible. Como bien explicaban Andrés Barba y Javier Montes en "La ceremonia del porno", la esencia misma del triple x es su literalidad en la representación de un acontecimiento, que pese a su condición ficticia ha de mostrar explícitamente de manera irrevocable el hecho de que lo que vemos ha sucedido, ha tenido lugar. Es una nueva y asombrosa paradoja en la zona de fricción entre la realidad objetiva y su plasmación guionizada, en otro acontecimiento que es la ficción de sí mismo.
Desde la época en la que el género se proyectaba en cines, se filmaba en 16mm y con absurdos argumentos como excusa, hemos llegado a un momento en el que, todos lo sabéis, la pornografía ha renunciado a la idea de argumento en el sentido clásico. Desde que Rocco Sifredi inventase el gonzo (porno sin argumento, mera sucesión de encuentros sexuales que se legitiman no en función de su pertenencia a una historia, sino como fín en sí mismos) y más concretamente desde la explosión del porno online, han aparecido algunos géneros bastardos muy pero que muy interesantes a nivel semiótico porque el flirteo constante entre lo que es real y lo que no, alcanza niveles de una sofisticación inaudita.
El primer clásico en esta variante fue, sin duda, el celebérrimo Bang Bus, que en su momento dejó a la gente boquiabierta porque el gimmick de partida (sexo con autoestopistas supuestamente reales) resultaba muy inquietante: ¿hasta qué punto todo aquello era verdad? El sexo era real, las actrices eran amateurs pero conscientes de lo que estaba pasando, no había un guión, los acontecimientos nos llegaban filmados con la estética de un video casero. El espectador sabía que era una enorme ficción, pero lo que hacía que aquellas escenas resultasen especialemente excitantes era la creencia (cuestión de fe) de que aquello era algo real. En ese sentido, lo real es una forma de fetichismo: hay pornografía centrada en la excitación por la ropa interior, o por los traseros, o por la edad de los intérpretes, pero el Bang Bus inauguró la presente época en la que el fetichismo último del género es lo real. ¡Lo real como fetichismo sexual, ni más ni menos! Singularidad erótica que desde los albores del género amateur (catedral del auténtico voyeur) siempre ha estado ahí, pero que en esa complicada metaficción bangbusera deviene mucho más retorcido, y al parecer (sus fundadores han montado un verdadero imperio en internet) más sexy.
Las imitaciones del legendario site de Bangbross no tardaron en florecer como chinches: onda Blacks on blondes, onda Teens for cash, onda MILFS like it big...Las sucesivas mutaciones espontáneas de las copias exploit del original hicieron cada vez más evidente que el componente de ficción consciente había de permanecer más escondido, y el porno basado en situaciones reales hubo de mudar su camisa para disimular las costuras de su condición ficticia: ya nadie cree que en el Bangbus haya el más remoto signo de veracidad. Actualmente, el más inquietante género bastardo es el de los castings de nuevos valores, a lo Giancarlo Candiano, Roby Bianchi o el mismísimo Torbe. En este tipo de filmaciones, el grado de improvisación y el hecho de que los actores se interpreten a sí mismos hablando con naturalidad otorga al resultado la condición garante del morbo que buscan: lo real. Sin embargo, no dejan de ser mejor ejercicios de ficción, de metaficción o metadocumental o como coño queramos llamarlo. Algo así como una versión tramposa y teatralizada del género Callejeros, que como siempre sólo cobra sentido cuando, con nuestra fe, contribuímos a que el pacto de realidad tenga sentido. Porque mientras el erotismo pertenece púramente a la especulación onírica, la pornografía se arrima, tramposamente y todavía desde la ficción, a lo real: ahí está su plus. Ese plus que lo convierte en una de las industrias más poderosas, transhistóricas y universales.