lunes, 28 de septiembre de 2009

Interpretarse a uno mismo







Apenas sé nada de Levi-Strauss (alguien se ha encargado de que los arquitectos no tengamos las más mínimas nociones de antropología; irónico) pero os recomiendo vívamente la entrevista emitida por Arte y que encontraréis en el youtube. Inspira preclaridad, una forma de sabiduría muy apacible, sin amaneramientos, con una semántica sencilla y tranquila en un tono de charla familiar; para el que os habla, un descubrimiento. Pero hay un detalle que me ha llamado mucho la atención pese a su intrascendencia, en lo que tiene de gesto inesperado en un intelectual de este peso. Veréis, el tío suelta su charleta, que nos llega a través de un par de cámaras fijas y en el entorno de lo que parece su jardín, hasta que cambia el encuadre y la situación, y le vemos caminar de espaldas alejándose teatralmente por un caminito, como lo haría de estar en solitario.
¿Cómo han filmado eso? El realizador de la entrevista habrá sin duda instado a Levi a realizar dicho paseillo, para tener unas imágenes representativas de "Cómo es en realidad Levi-Strauss cuando no hay cámaras delante", en lo que supone una de las prácticas más primitivas de los por otra parte astutos entrevistadores televisivos. Si toda una Rosa Villacastín se desplaza al domicilio de, digamos, José Luís Perales a hacerle unas preguntas y un reportaje, es de rigor que el protagonista se preste gustoso a una teatral representación de su vida sin cámaras: les vemos acariciando al perro, cocinando, incluso recostado leyendo, encantadísimo de estar siendo filmado mientras finge no saberlo de un modo completamente ingenuo (se le nota que está actuando) y que uno suele asociar a gente de poco cerebro. Pero no es así, y este curioso ejercicio de autoficción es práctica común asimismo de supuesta gente seria: en la ilustrativa sección "Corazón Maduro" de la Igartiburu, yo he llegado a ver a Felipe González haciendo lo propio, y (agárrense) al mismísimo Antonio Gasset teatralizando su vida cotidiana de un modo lamentable y de vergüenza ajena: contemplando el atardecer acompañado de su amada y sumidos en un falso abrazo, ¡corriendo por la playa persiguiéndose, juguetones! and so on and so on... Por eso, el minúsculo detalle de Levi al acceder a esa brevísima interpretación de sí mismo, me resulta tan extraña, y a la vez tan entrañable: es un gesto muy bobo y hasta cierto punto humillante.
El caso es que esa situación de "interpretación de uno mismo", que es cotidiana en el Hola! o en dominicales a lo EPS (¿u os creéis que las fotos de Obama en su casa con los niños no son un teatrazo absoluto?), es un género muy particular y que alguien debería significar porque puede leerse desde muchos puntos de vista interesantes. Obviamente, desde la óptica de este cuestionar las zonas limítrofes cultualmente entre lo real y lo ficticio que me traigo, resulta absolutamente fascinante: son unas imágenes densísimas en las que uno no sabría equilibrar lo que tienen de documental y lo que tienen de grand gignol. Seguramente a las dos cosas, en lo que constituye una simpática paradoja al ser simultáneamente perteneciente al género del Reportaje (informativo y de entretenimiento: una cosa rara) y al de la Actuación, en la que asistimos a la representación de alguna forma de guión. Lo cual (si atendemos a una definición de diccionario de ambos) es contradictorio.
Pero a un nivel un poco más lírico, encuentro el concepto de interpretarse a uno mismo muy impactante, por lo que metaforiza de la naturaleza de las conductas desde la óptica de la racionalidad científica. Porque de hecho, toda modelización psicológica del hombre posterior a Freud, viene a decir que por mucho que nos esforcemos, lo único que podemos hacer es interpretarnos a nosotros mismos. Esa especie de alienación perpetua del yo a través de la autoficción, que es un concepto muy estructural al psicoanálisis, es un poco lo que define la cultura posmoderna y lo que, lo reitero, está en la calle con naturalidad en los Estados Unidos: un bucle infinito rollo Moebius, en el que alguien es sólo un sueño de ese mismo alguien, que nunca llega a terminar y en el cual cualquier afirmación de lo real no es más que una versión ficticia de esa misma afirmación, and so on and so on... Fijaos que el significante "actuar" se refiere tanto a lo que hace el actor, como más desoladoramente, a lo que hace todo actuante: un dato muy revelador. Desde la posmodernidad, creer en el legendario verismo del género documental (leyenda sin la cual no tiene sentido: su esencia, lo que lo legitima como tal, es su fidelidad a lo real) es imposible, porque la idea misma de poder documentar no es más que un delirio, una ingenuidad. No existen los documentales, porque lo que identificamos como no ficción no es más que una ficción de sí misma.
La presencia de la cámara asesina siempre lo que de real pudiera haber sin su presencia. El ojo que filma escoge, decide, matiza, excluye, y mucho más cuando lo que retrata se sabe observado: su conducta será una versión teatral, autoconsciente, de su conducta habitual, que era ya de por sí ficticia. La filmación, por sí misma y sin que nadie pueda evitarlo, noveliza. ¿Cómo es posible que haya tanta gente que piense lo contrario?
Por eso, los reportajes de autoficción de los que hablaba me resultan tan fascinantes: en ellos se ha renunciado a la prerrogativa de "narración literal de un hecho"que se le supone al documental , pues el espectador sabe perfectamente que es todo una especie de farsa. Pero, hasta cierto punto, te autoengañas, y eres tan cómplice de ese juego de roles y escenificaciones teatralizadas, que terminas por pasar por alto el hecho de que sabes que esa realidad que ves no es tal. Colaboras a cargar de veracidad unas imágenes que todos sabemos pactadas, y lo haces cuando la Patiño se va a Ambiciones a sacar a los Janeiro pasear a caballo como si estuviesen solos. Pero tambien colaboras cuando haces reales las imágenes que te llevan a depositar una papeleta en una urna, por ejemplo, o cuando ves los documentales de la 2. Lo cual no supone ningún drama, porque al fín y al cabo participar de un perpétuo y deliciosamente alienante juego de complicidad con la ficción es aquello para lo que estamos hechos, ¿no? Un poco, así es como veo yo la ontología posmoderna. Y bien visto, hasta es bonito.
De hecho, cuando habéis leído el título del post, ¿a qué sentido de interpretarse creíais que me refería? ¿al de representación de uno mismo, o al de explicación de uno mismo? Una nueva e interesante coincidencia de significados en un mismo significante, sobre la que reflexionar.