viernes, 4 de septiembre de 2009

(...) Luis XV























Recuerdo el orgullo nacionalista que sentí cuando, en Turín, los italianos se sorprendían de que el "Psychopathia Sexualis" de M.A. Martín, que allí estaba prohibidísimo, corría sin problema por los kioscos de nuestro país. Sin duda merecemos nuestro sambenito de país más rancio de Europa, pero paradójicamente tenemos el mérito de ser socialmente muy tolerantes a una de nuestras más reivindicables tradiciones: la del humor negro, la descripción a cara de perro de los malos rollos intergeneracionales, y un oscurantismo tragicómico que de siempre ha sido patrimonio nacional de primer orden. Pensad que, si en las fiestas populares bávaras los nativos se visten de modo cursi para comer salchichas y beber cerveza, en mi pueblo los mozos se ponían caretas y pegaban latigazos a los traseúntes, mientras rednecks matusalénicos lanzaban hormigas enfurecidas a la muchachada entre carcajadas de complicidad. En el sur, los marulos se reúnen en festejos tan entrañables como el lanzamiento de animales desde el campanario, el asesinato de toros o beber chatines en la costumbre conocida como "matar judíos". Somos un poco brutos, y nuestro humor lo es a cascoporro.
No es por tanto casual que incluso la alta cultura de nuestro país lleve siglos contagiada de ese malrollismo paleto que ya se intuía en las desventuras del Lazarillo (típico libro en el que todos los personajes se comportan como capullos) y que luego tendría eco atronador en la corrosiva acidez de Quevedo, Valle Inclán, Cela, Lorca (leed la muy killer "La casa de Bernarda Alba" y alucinad con lo cavernícola de nuestros bisabuelos) o especialmente Buñuel. De hecho, el oscurantismo con el que el manchego describía las neurosis rurales de una sociedad gangrenada en su catolicismo, iniciaría una jugosísima tradición en el cine hispano que quizás ha producido sus mejores obras. La negritud socarrona y de secarral, a medio camino entre el ladrido y la carcajada, de mazazos moralmente desoladores como "El pisito", "El verdugo", "Mamá cumple cien años", "Caniche" o "Bilbao", surrealistas herederas de la desconcertante "El ángel exterminador" buñueliana, son cotas insuperables de nuestra cultura. Esa España pueblerina y asfixiante de casonas con las contras cerradas, dependencias emocionales extremas AKA chaladuras católicas, religiosidad sexualizada y misantropía indisimulada, en situaciones delirantes de viciosa circularidad, a través de personajes lujuriosos y castradores jugando a un infinito pasapalabra de reproches, insultos y groserías. En Italia tienen el neorealismo, en Francia la nouvelle vague y en UK a sus angry young boys: al sur de los pirineos, nuestra gran tradición es la de la tragicomedia nihilista post-católica. Que sí.
Ayer me ví por fín una peli que desconocía y a la que llegué por recomendación de Coco y Simón: "El extraño viaje", de Fernando Fernán Gómez, quijotesco auteur patrio cuyo rictus neurótico y malas formas siempre me resultaron de mal rollo, por lo que nunca había dado una oportunidad a sus pelis. Tras el visionado de su opera magna, cambia mucho mi percepción: el tío daba mal rollo, porque los temas sobre los que trabaja son de MUY mal rollo. La peli ofrece un impagable fresco de la celtiberia rural franquista en la que todos parecen víctimas y verdugos de un protocolo social asfixiante plagado de desencuentros, malos pensamientos, rencores, odios y zancadillas. Están todos los que son, y son todos los que están: la corrala de jubiladas católicas ejerciendo de jurado moral popular; los viejos verdes mononeruonales que espían a las lolitas por la noche; la pelandrusca oficial, que sueña con ser modelo cuando su destino es el de terminar de puta en la Casa de Campo; el músico forastero que engatusa a las nínfulas locales con cuentos chinos lacrimójenos y quitabragas... y por supuesto el trío protagonista, que representan el paroxismo de la decadencia del antiguo régimen y la angustia libidinal de una generación educada para la virtud cuando su sueño inconfeso era el vicio.
Adoro de siempre esas tramas familiares infecciosas en la línea de "Qué fue de Baby Jane", "Happiness" o "Interiores": hermanos forzosos que, tras años de angustiosa e irreparable represión y recelo, estallan en catarsis violentas en plan Puertohurraco. Pensaba que el mejor en esos menesteres era el primer Bigas Luna, pero esta peli, pese a haber sido producida en 1964, tiene una mala baba castiza a la altura del bruterío más posmoderno: travestismo bizarro, violencia psicológica nada subliminal, explícita imbecilidad endémica, y una especie de odio tierno a todos los personajes. Tenéis que verla.