martes, 22 de septiembre de 2009

Poker posmoderno





















Tarantino es ya un estado de ánimo: una cosmogonía. "Inglourious basterds" es mi película suya favorita si exceptuamos "Death proof", hasta el punto de que sus aparentes defectos no hacen sino engrandecer el hueso de su discurso: cualquier parecido con la realidad es casual, en un desarrollo más propio de un juego de rol en el que definitivamente lo simbólico ha suplantado a lo verosímil. Aunque conceptualmente me parecen un 10, las escenas de los bastardos serían lo más apriorísticamente prescindible de una película hipnótica y seductora, posmoderna y de múltiples niveles de lectura. El deliberádamente ridículo personaje de Brad Pitt en el film es la confirmación de la sobresaliente feminización del cine de este autor, que de un plumazo se saca de encima la pesadísma carga de los que esperaban de él una redifinición de la testosterona del antihéroe macho. Ahora se confirma, ni "Reservoir Dogs" ni "Pulp fiction" iban de eso, porque desde "Jackie Brown" el amor del autor por las heroínas trágicas de opereta ha dado a su cine un calado inesperado a tenor de su titubeante debut, evidenciando que su épica nerd (la ficción cinematográfica como panteón moral y salvaguarda de lo íntimo) es cada vez más unisex. No sólo por sus sofisticadas divas, sino por unos arquetipos masculinos tan sugerentes, de un dandismo filogay, como el pérfido nazi interpretado por Christopher Waltz.
En cuanto al lenguaje cinematográfico no diré nada, porque han corrido ríos de tinta al respecto. Habrá a quien le guste y a quien no, pero un film tan festivo, tan cargado de amor por los detalles, de recontextualizaciones surrealistas y lúdicos macguffins yuxtapuestos, esas partidas de poker cargadas de faroles y miradas inquisitivas que juegan permanentemente los personajes, son un festín para los freakies entregados. Los críticos han reconocido a esta película como notable pero no magistral, y seguramente tengan razón: el Tarantino metalingüístico titubea, la violencia pierde intensidad y el montaje se resiente de las prisas. Pero este folletín, optimista y curioso en las extrañas figuras poéticas de Tarantino, es una experiencia cinematográfica de primer nivel. A poco freaco que uno sea.