jueves, 10 de septiembre de 2009

vampiros & adolescentes





















Carlos Boyero
es subnormal profundo. En su peripatética columna de hoy en El Periódico Innombrable, y utilizando ese tono perezosamente autoindulgente de emperador en el circo, se despacha con un par de versículos de una ignorancia extrema, una obra maestra del calibre de La noche de los muertos vivientes. Y si menciono al que es, de larguísimo, el peor crítico de cine de este país, es para comenzar este post recordando una entrevista a George A. Romero en la que el maestro era preguntado sobre el actual auge del género zombie y la decadencia aparente del otro gran monstruo de la cultura pop: el vampiro.
Dicha entrevista databa de la temporada en que Romero había estrenado Diario de los muertos, con lo cual la pregunta de marras ha quedado completamente obsoleta: pasada ya la fiebre de los 28 días después, el Soy Leyenda y El amanecer de los muertos, el péndulo cinematográfico del espanto ha vuelto a dirigirse al pálido chupasangres como mejor garante de acumulación de presidentes muertos. True Blood en el ámbito televisivo y forero, Déjame entrar entre los indies y Crepúsculo entre la adolescencia poligonera han arrasado las retinas de sus targets respectivos y han ayudado a reactualizar un género que, quizás desde aquella flojita peli de Coppola y Entrevista con el vampiro, llevaba ya un tiempo en stand by.
El caso es que tanto Déjame entrar como Crepus-culo (True blood no la he visto todavía) coinciden en su condición de crossover posmoderno y ocurrente entre dos géneros de siempre afines como el vampyrismo y la high-school opera. Draculines y nerds han nacido para entenderse bien, en la medida en que el no-muerto representa la sublimación pajillera y maléfica de las fantasmagorías del empollón de toda la vida, que en fondo es más malo que pegarle a un padre. No obstante reconozco que hasta ahora me había pasado desapercibida una de las más importantes simbologías del género: la aparición de la menstruación en la vida de la teenagera de rigor y su no-tan-sutil alegoría mórbida. Ignoro si la muy recordada y por mí desconocida Buffy tenía la misma densidad simbólica en la terna "adolescencia / sexo / vampirismo" (ya el mismo Much se quedaba con la copla en su día), pero las nuevas generaciones ya tienen sus propios referentes para mantener viva la leyenda de las mordeduras seductoras y letales en sus posmodernas yugulares.
Ya comenté hace tiempo la peli sueca, pero ese Gorezone para lectores del Superpop que es Crepus-culo merece un par de reflexiones a mayores. Lo primero que llama la atención de este film tan maravillosamente tonto, es el lenguaje cinematográfico que utiliza, completamente televisivo y deudor de esa nueva ola de cine teen cuyas deidades son panojos del calibre de Hanna Montana, los casposos Jonas brodas o el repipi pipiolo Zac Efron de High School Musical. ¡Cómo ha cambiado el panteón adolescente desde los gloriousos 80! Olvida el Breakfast Club: lo que se estila ahora son argumentos normalizantes a mayor gloria del jock, con una estética modernita deudora de los programas de ligoteo de la MTV (Next, Tila Tequila, Cita con mamá...), un toquecillo emo (la versión burguesa y desnaturalizada del auténtico siniestro cohentero) e hilos argumentales muuuuuuuuuy conservadores. No es casual que tanto Cyrus como su ex Jonas hiciesen ostentación pública de su dudosa virginidad, y que las starlettes del ramo proclamen a los cuatro vientos mediáticos que llegarán al altar inmaculadas y con el himen intacto. Como las gitanas de Penamoa, salvando las distancias.
La consecuencia es evidente: Crepus-culo es una película escandalosamente conservadora. ¿Recordáis las escenas de folleteo de Jóvenes Ocultos y lo salidos que estaban los Corey todo el metraje? ¿El humor libertino de un cuasidebutante Jim Carrey en la tambien vampírica Mordiscos Peligrosos? Todo eso es historia. Ahora, valores tan vintage como la castidad parecen estar de moda entre nuestros polluelos, que hasta en los siempre trasgresores chupasangres se conivierten en signo (y síntoma) de modernidad. En el film, una pijolas white trash, hija de divorciados, encuentra el Amor Verdadero y Redentor en la (gélida) piel de un vampiro que no es el sanguinario dandy que imagináis, sino...¡un vampiro vegetariano! Y en lenguaje de terror neocon, vegetariano es una metáfora nada sutil de un disfemístico discurso subyacente: "quiero follar contigo porque estás muy rica, pero me aguanto". Y todo el metraje transcurre como un shojo manga de estética MacDonalds en el que la pasión adolescente se vive bajo los efectos de una sobredosis de bromuro: los tortolitos se presentan mútuamente a sus familias, hacen malabarismos para no toquetearse y mantener las pecaminosas hormonas a raya, se divierten ayudando a la prosperidad del ser humano en general... En las antípodas de la pubertad a la Van Sant, Korine o Clark, Crepúsculo es la alegoría pro-castidad más descarada que haya visto en mis enciclopédicas derivas a través del cine adolescente. Lo que no impide que, con todas sus torpezas, con lo cursis y reviejos que son los protagonistas, su nula capacidad de sorpresa y su irritante (pa un viejuno como el que os habla) tendencia a identificar emoción con emocore, a la postre se trate de una historieta la mar de simpática cuya secuela espero como agua de mayo. Esencialmente para saber si finalmente hay folleteo o no. Y no me extraña que los críticos posmodernos estén como locos ante este film, pues en muchos sentidos se trata de una renovación muy interesante (se pueden hacer lecturas tremendamente ilustrativas) del género vampiril en la era del interné.
Pero ya os digo: uno ya tiene sus años y sigue sintiéndose más afín a las gamberradas kitsch de la edad dorada del género. Por ello aprovecho el post para recomendar a aquellos que tengan afán completista, una astracanada bizarra que se encuentra sin problemas en las p2p: la carnavalesca "Vamp", peli de culto de 1986 protagonizada por una irreconocible Grace Jones. Mucho más cercana a la tradición cerdaca del cine de adolescentes salidos, narra las desventuras de un trío de buscavidas universitarios que, a la caza de pilinguis para una fiesta perfecta, dan con sus huesos en un puticlú muy diferente al de Juan: allí ejerce de vedette una vampirona encarnada por Grace Jones, que para la ocasión y siempre tan fashion, se calza unos maquillajes corporales realizados por el esperpéntico Keith Haring (¿querían darle un toque de credibilidad a esta ensalada camp?) para una guiñolesca serie Z a la altura (casi) de Cielo Líquido: pintas ochenteras a dolor (mucho dolor), iluminación urbana en rosa / verde /azul, canciones de sonido cercano al de Journey o Foreigner... y la pobre hasbeen Grace Jones sin saber muy bien donde se ha metido: tantos años jugando a ser una especie de ebúrneo robot nigga, marymoderno y sofisticado, para finalmente dar con su esbelta figura en una paridocha barata tan casposa como la que nos ocupa. Pobre Grace, con lo guapiña que es.
Disfrutable si eres un freako, pero con un imperdonable handicap: me temo que esta peli no va a tener segunda parte. Así que no os cuento el final.