jueves, 29 de octubre de 2009

Rizomanía #3. No entiendo a Schönberg




















Sigo con este hilo dedicado a denunciar las carencias de un sistema educativo que nos ha dejado impedidos (o así lo siento yo) para la comprensión del zeitgeist cultural que atravesamos y las trampas de una estrategia formativa desganada y perezosa que, entre otras cosas, ha provocado que los arquitectos licenciados en Coruña en esta década estemos completamente desorientados ante un mundo que nos supera y en cuyo organigrama no logramos ubicarnos. Dicho en posmoderno: somos una generación que, sea en el mercado laboral o en las redes de producción de realidad, estamos completamente desterritorializados.
En realidad, la desidia de nuestro plan de estudios es consecuencia de una atmósfera culturalmente pasiva en la que nadie se ha preocupado de ponernos al día. Pongo un ejemplo: todos podemos entender a Chopin o Beethoven: su lenguaje nos es conocido, los principios estructurales de sus armonías tonales, nos gusten o no, no incomodan, pueden sonar perfectamente como jingle publicitario o música ambiental de perfumería: pertenecen a la estructura de conocimiento en la que hemos sido educados. Sin embargo, muy poca gente es capaz de escuchar a Schönberg, cuyas composiciones nos suenan intuitivamente extrañas, caóticas, incomprensibles. A los oídos no educados en cierta tradición filosófica, Schönberg no es más que el tipo de música rara susceptible de sonorizar cortometrajes experimentales o performances de arte y ensayo. Su lenguaje no nos es natural, y nos suena necesariamente pintoresco, lo que supone su mayor devaluación como música seria. Sin embargo, la obra de este hombre (que empezó a trabajar hace más de un siglo) es quizás la más influyente de la música del siglo XX. Un siglo del que, en el fondo, no sabemos absolutamente nada.
Si menciono al músico vienés es para ejemplificar la existencia de una línea de pensamiento y arte, que extrañamente nos sigue resultando completamente inaccesible, y sin la cual nos es imposible organizar en nuestra cabeza de manera ordenada y pluridiscipliar el tipo de debates que tienen lugar hoy en día. No entendemos el dodecafonismo (cuyas estructuras matemáticas tienen muchos matices de los que aprender) como no sabemos nada de física cuántica, ni de la verdadera potencia de Freud, ni del ¿post-humanismo? desde Lacan, ni de la verdadera naturaleza del arte abstracto, ni del estructuralismo, ni Heidegger, ni las matemáticas topológicas, ni de Joyce ni de "la cuarta pared". La visión compleja, poliédrica y tridimensional del hombre y el mundo que configuran todas estas exsperiencias culturales, están proscritas a nivel cotidiano en el mundo que nos rodea. Y ello es tolerable a nivel "medios de comunciación" (en "El País semanal" se pueden leer citas de Marx o Proust, pero jamás de Foucault o Jameson)
porque, al fín y al cabo, como pensamiento vivo resulta subversivo en la medida en que puede ser potencialmente revolucionario: se nos ha educado en ideas de otro tiempo, y por tanto carentes de futuro. Lo que no es de recibo es que el sistema educativo, desde preescolar hasta el fín de carrera, construya una idea del mundo heredera de la ilustración y que, en el fondo, es una forma subliminal de neoclasicismo.
A mí personalmente me indigna mucho. En la enseñanza de la arquitectura, se nos ha instado a confiar en un racionalismo que se autojustifica y que no es susceptible de ser puesto en duda, según un esquema epistemológico que finalmente no es más que un atrezzo superpuesto a las ideas de la Grecia clásica, eterno ejemplo de Cultura intachable. La temeraria y descarada ignorancia y simplicidad con las que se nos ha educado, por ejemplo, en el paradigma maquinista (que sigue siendo el eje vertebrador de la estética ESTAC) o en el humanismo metafísico (de ahí la buena prensa de Sartre o Auster entre nuestros profesores) nos ha dejado anclados, insisto que esto es mi muy subjetiva opinión, en unas formas de pensamiento muy superadas por los fenómenos culturales posteriores. Evidencias de esta forma de educación, los hay a patadas, y no hablo ya del arquitecto sino del ciudadano de a pie contemporáneo. Por ejemplo, la gente cree que Einstein (cuya doctrina es perfectamente compatible con la tradición kantiana) es el físico más importante del siglo XX, pero no sabe absolutamente nada de Shrodinger o Planck, verdaderos deconstructores de la mecánica newtoniana. La explicación que hemos recibido de lo político, que es arbórea e ideológica (ideas románticas como los poderosos, el dinero como corruptor, la "justicia" como fenómeno natural no contingente), ignora completamente las vivificantes investigaciones foucaultianas sobre el poder. La frivolidad sigue considerándose como una forma de pecado original, y no se pone en duda esa dicotomía entre "lo superficial" y "lo profundo" que es completamente reaccionaria y heredera del catolicismo. ¡La mayoría de la gente piensa que la distinción entre información y publicidad es muy sencilla! ¡La idea recibida de libertad es más propia del romanticismo alemán que de la psicología contemporánea! ¡El feísmo se explica en términos morales! Y así, ad infinitum.
¿A dónde voy? Pues a que ponernos deleuzianos de repente no consiste en leerse el Mil Mesetas y superponer sus métodos a estructuras de conocimiento que son antitéticas con la posmodernidad. Porque, como digo, no es natural pretender entender a Deleuze y ni siquiera soportar a Schönberg. Insisto en que, en mi opinión, el paradigma en el que hemos sido educados está completamente obsoleto. O al menos, no es el del siglo XX: ¿podemos pensar entonces el siglo XXI?. Aunque no me siento arquitecto, creo que los que sí lo sois tenéis muchísima responsabilidad en la construcción del mundo: espero al menos poder colaborar en el debate, pero para ello hay que ponerse las pilas duramente.