jueves, 29 de octubre de 2009

Rizomanía #4. Artemisa es una celebrity, Epiménides es telebasura











Una de las pocas cosa interesantes que he sacado del Douvignaud que estoy leyendo, es el capítulo en el que explica la interdependencia entre las estructuras relacionales que las culturas politeístas atribuían a sus Dioses,y la propia estructura social en la que tenían lugar dichas creencias. Es decir, si estudias el panteón de cualquier superchería tribal africana (por ejemplo, el parentesco que atribuían a sus dioses, su relación entre ellos, si todos tenían las mismas prerrogativas, etc.) era una especie de versión delirante de cómo se estructuraba socialmente la tribu real: si es democrática, si dependen de la fuerza o de la inteligencia, si hay uno más poderoso que los demás, etc. ¿Por qué? Pues naturalemente, porque las narraciones míticas que se inventaban sobre sus deidades y seres mitológicos, tenían como objetivo enviar mensajes morales a los creyentes para que, de ese modo, pudiesen creer que el diagrama organizativo de la tribu era referible a lo trascendente y por tanto no se podía cambiar. Esto ya lo sabíamos, ¿no? este tipo de versiones conspiranoicas sobre las religiones están en boca de todos desde el fenómeno mogul de El código Da Vinci. Pero claro, a ese nivel nuestra religión matriz es un coñazo (sólo un Dios, nunca pelea espectacularmente con el demonio, sólo un hijo y una mujer, poca acción o aventura...) si lo comparamos con lo divertidísimo que era el mundillo religioso de la mayoría de las culturas antiguas: sus dioses se pelean, se espían, hay dioses locos, demonios buenos, todo tipo de odios y amores entre ellos... Sin ir más lejos, la mitología griega era un auténtico hervidero de lagartas y pelandruscas montando escenitas de todos los colores , aunque esa cosa suya de la épica, que si los héroes, que si himnos inmortales, que si pompa elegíaca, la convierte en una de las mitologías menos coloristas. Al parecer, los panteones y mitos de los Incas, los Mayas y casi todas las tribus africanas harían palidecer al mismísimo Cárdenas por lo bizarro, colorista y cotilleable de sus andaduras: según se sabe, la gente encargada de diseñar los dioses de cada tribu (ya sé que es un oficio extraño, pero alguien tendrá que hacerlo) solían ser chamanes que tomaban drogas superfuertes (para provocarse éxtasis y ver la realidad con otros ojos) y por tanto el resultado de sus propuestas acostumbraban a ser ... pues ya lo imagináis: puro delirio y al mismo tiempo pura poesía. Eso sí, siempre una versión on drugs de lo arquetipos sociales de la gente a la que iba dirigida la religión de marras. Ya sé que es una explicación un poco simplista, pero las cosas son así de tontas.
La primera conclusión es que ese tipo de religiones politeístas son muchísimo más modernas y divertidas, especialmente cuanto más se escoraban a lo mitológico: hay varios dioses, cada uno lo es a su manera y con sus particularidades, hacen cosas entre ellos y sus historias son siempre animadísimas e interesantes. Y además, muy plurales y con deidades para todos los gustos. El cristianismo como miología, en cambio, es una historieta plana y gris...sólo un Dios, muy poca aventura de la buena, nadie folla (a buenas horas le dices tú eso a un miembro de una tribu primitiva), todo es sumisión y pecado... Quizás por eso por en Europa se mantuvo siempre una tradición panteísta de "espíritus del bosque" (rollo Tolkien y similares) de modo que la gente pudiese creer que había algo de alegría en lo mágico y no sólo ese pavoroso Superdiós católico que era cualquier cosa menos simpático.
A lo que voy. El caso es que esa idea de buscar en lo mitológico la dimensión mágica de uno mismo y de su sociedad, que es lo invariable en todas las religiones, se repite en todas y cada una de las culturas de las que tenemos constancia. Toda civilización tiene su mundo mítico, y toda mitología es un eco moral de la sociedad que las produce. ¿Dónde está actualmente esa mitología que cumpla para nosotros esa función tan necesaria? Supongo que cada uno tiene la suya, pero digamos que lo más generalizado entre la gente de este país es la prensa del corazón y el fútbol, y muy especialmente en la intersección de ambos mundos. Cuando hablo de la prensa rosa no me refiero al típico personajillo que dura poco y pensado únicamente para el sector juvenil de la afición, sino a las grandes genealogías del Hola! (los Grimaldi, los Ordóñez, los Bordiú, los Iglesias-Preysler, las viejas glorias...) que son a fín de cuentas el nucleo duro de dicha prensa y su auténtica razón de ser: las celebrities que consiguen mantenerse en el candelabro más allá de un par de décadas, se convierten en auténticas figuras mitológicas: te ves la biografía de alguien como Carmen Martínez Bordiú y alucinas con las cosas que le tienen pasado a esa mujer, o una Carolina de Mónaco no me extraña que tenga hipnotizadas a las marujas de toda Europa porque todo lo que le pasa es sencillamente mágico. Y por supuesto, los asuntos reseñables de sus biografías y que las convierten en celebrities, pertenece al ámbito de las mismas cosas que le pasan a la gente de la calle: se les mueren hijos, bancarrotas, gloria, enfados familiares, cambios de trabajo... Y si vamos más allá, observando la dimensión social de Madonna (la empresaria a la que todo le va bien), de Ladi Di (modosita sufridora que rehace su vida tras ser despechada), de Michael Jackson (los peligros autidestructivos de ser un peter pan)...ves que más que personajes, son construcciones simbólicas. Cuando entran en la leyenda, sus biografías pasan enseguida a una especie de banco de datos universal y popular en el que todo el mundo sabe de todo famoso qué hizo, cómo le fue, sus consecuencias, etc. Pura moral ejemplarizante, por lo bueno y lo malo. Para eso están las celebrities, y no para otra cosa. Y lo mismo se puede decir del fútbol y sus arquetipos y sus formas de Fe (lo de ir de un equipo: religiosidad que no comprendo), pero eso lo cuenta mejor René.
Por eso, la condena progre de este tipo de espectáculos por considerar que están vacíos de contenido, me parece de absoluta incapacidad analítica. Por supuesto que tienen contenido y que son importantes, ¿por qué ese descrédito de la prensa rosa y ese pretender que la gente se pase el día colgada de Goytisolo? Los griegos, para pensar y para enseñar, ya tenían a sus Aristóteles y sus Sócrates, pero asimismo tenían sus mitos para que la gente flipase con historias de minotauros, titanes e hidras que a día de hoy se pueden interpretar de muchas maneras, pero que así a primera vista eran bobadas absurdas a la altura de cualquier frikada de Marvel: la Odisea y la Ilíada no se hicieron en su día para que fuesen ese asunto tan serio y respetable que nos cuentan ahora los historiadores, sino como comics a lo antiguo para que la gente alucinase. El mensaje moral del que os hablaba venía escondido bajo toneladas y toneladas de buen rollo y diversión. Es importante darse cuenta de que, para ellos, los personajes mitológicos existían y eran de verdad. Pensar que la telebasura no ha estado, a su manera, presente a lo largo de toda la humanidad es un solemne cuento chino, con esa tonta consideración católica de que todo hombre del pasado era más trascendentalista, más sensato, con más valores y más apegado a la justicia: se tragaban unas patrañas tan estúpidas como la más insensata nadería sobre Paris Hilton. Artemisa no tiene nada más de intelectual que lo que pueda tener Madonna. Ulises ha atravesado aventuras cuyo simbolismo encuentran eco en las vivencias de un Agnelli, por ejemplo. Atlas no le ganaría un pulso a Mike Tyson. Y un larguísimo etcétera. Las críticas de infra-cerebros a lo Millas o Javier Marías, pidiendo cabezas a los dirigentes televisivos que nos privan de Goytisolo en prime time, están pidiéndoles a los celtas que prescindan de sus elfos y sus hadas, que los Incas no escuchen historietas de Pachamac y Hurkaway, o que los afrocaribeños prescindan de sus zombies y sus divertidísimas brujas.
Ya sé que los mitos tienen su dimensión política, pero como católicos olvidamos que tambien tienen su dimensión marujil. O viceversa. Pero estoy seguro tambien de que la foto de Ulises y Penélope el día del bautizo de Telemaco sería, hoy en día, portada segura en Hola!
El cotilleo es el susurro moral del pueblo, y por tanto es imprescindible escucharlo. Y mantenerlo.