domingo, 20 de septiembre de 2009

¿por qué hay arte? #1













¿Por qué hay arte? Buena pregunta, sobre todo si uno se ha acostumbrado a explicar la realidad siguiendo las huellas del trío Nietzsche-Marx-Freud, cuyo materialismo post-humano ha conseguido dar una explicación de las cosas tan jodidamente coherente que apenas queda ya margen para lo aleatorio o lo mágico. Todo tiene explicación, pero el arte sigue siendo el gran rebelde que no consiguen cuadrar en su cosmogonía de la causalidad racionalizable y la lógica. Ni siquiera el mismísimo Darwin, que a fín de cuentas fue el gran iniciador de esa visión de las cosas (lo de decir que la peña viene de los chimps, a buen seguro dejó a sus contemporáneos absolutamente deshechos, no era precisamente una gran noticia). Así que me se ocurre que voy a colgar los textos que considere más certeros e interesantes a la hora de debatir esta angustiosa cuestión: ¿por qué diantres un animal racional, lógico, funcional y carnal como es el ser humano, baila, pinta o construye pirámides? Para empezar voy a tomarme la muy puñetera molestia de trascribir letra por letra y manualmente (esfuerzo que espero sepáis agradecer) la columna de ayer de Blas Matamoros, cuyas "Modulaciones" son siempre lo mejor de un ya de por sí estupendo suplemento cultural. A ver qué opináis:

Blas Matamoros, ABC cultural 19.IX.09 "DARWINIANA"

"Como ni el disfrute de la música ni la capacidad para producir notas musicales son facultades que tengan la menor utilidad para el hombre (...) deben catalogarse entre las más misteriosas de las que está dotado". Esto dice Darwin en El origen del hombre. Como buen investigador científico, se detuvo ante lo incomprensible. Cuando le ocurría, supo invocar al azar (Chance). Aquí llegó más lejos y optó por el misterio. No nos extrañe esta manifestación de asombro. También definió el ojo humano como "un milagro".
No han quedado preteridas estas líneas darwinianas. Oliver Sacks, un neurólogo - también pianista, a ratos perdido- de nuestros días, ahonda en el tema (Musicofilia. Relatos de la música y el cerebro, traducción de Damián Alou, Anagrama, Barcelona, 2009). Ya William James sostuvo que la estética entra en el cerebro por la puerta trasera y Sacks abunda en ello observando que no hay un centro cerebral para la música, que usa elementos supuestamente destinados a otras funciones.
Estos extremos tornan enigmática la investigación misma, como si volviéramos a lo de Schopenhauer: la música se comprende pero no se explica. Es cierto por ejemplo que los sentimientos motivan al compositor y la obra emociona al oyente. Pero ¿es real lo afectivo que creemos hallar en la música? Más bien diríamos que son el resultado abstracto de un afecto concreto.
Al revés de lo que sucede en la relación de los seres vivos con el medio -en el sentido de que se adaptan a él-, nuestro arte es quien nos adapta. Nos musicaliza, podría decirse. En nuestra educación sentimental, ella nos ha enseñado, si no a sentir, a identificar lo que sentimos. Y hasta se la ha utilizado como terapia en caso de trastornos neurológicos, tal si el cerebro estuviera "esperando" su llegada. Culturas inmemoriales hacen cantar a las mujeres de la tribu para facilitar un parto. Farinelli aliviaba con su canto la epilepsia de Felipe V y Fernando VI. Amnésicos han recobrado parte de su capacidad mnemónica memorizando partituras.
Estos espacios misteriosos, que causaron la alegre preplejidad de Darwin, tal vez alojen una de nuestras diferenecias radicales con el resto de los animales. Lo dijo un poeta, Samuel Coleridge: "Algunos animales cantan. Sólo el hombre sabe que canta". Si el animal vive en lo que llamamos misterio sin preocuparse por él, nosotros contamos con la palabra misterio. Y con el canto.