miércoles, 21 de octubre de 2009

Caída del guindo























Caray. Recórcholis. Vaya noticia: resulta que sin venir a cuento, de manera inesperada y sin el más mínimo revuelo mediático, se ha muerto Sonia Briz y yo me entero hoy porque me avisa Xose. Detesto ponerme lacrimógeno, y los miserabilismos necrológicos prosopoéticos me dan vergüenza ajena, pero es indudable de que esta señora se merece todo el cariño que le está demostrando la gente y el tremendo overflow de mensajes, foros, blogs, myspaces et all que están cantando los honores que bien merece. Lo que está diciendo todo el mundo es más o menos la misma cosa: en España, la gente que está por el techno, los verdaderos militantes, lo son por obra y gracia del programa de Sonia Briz.
En 1998 todo lo que oliese a electrónico era saludado como marimoderno, sofisticado, elegante, vanguardista y trendísimo. Víctimas del síndrome de Van Gogh, nuestros periodistas musicales se esforzaban por seguir en el candelero buscando lo más nuevo y molón de Londres, entrevistando a DJs barceloneses (ciudad que vivía su patológica y perenne edad del pavo) y dándole a Portishead el cotizado Disco del año. El problema es que aquellos periodistas de ascendencia rockista no se enteraban de absolutamente nada: dejaron pasar delante de sus narices una auténtica revolución sin prestarle la más mínima atención, siguiendo el absurdo razonamiento de que el techno debía ser como el rock, pero hecho con ordenadores. Por supuesto, la eternamente rancia Radio 3 (que ya en los 90 era una absoluta bazofia) se unió a la corriente políticamente correcta del trip-hop, el jazz-jungle y demás moderneces mediante el parvulario y patibulable "Siglo XXI", en el que se escuchaba algo tan obsoleto como canciones. Y una canción es lo que nunca (o casi) llegó a sonar en Zona 3, el programa que presentaba Sonia Briz y que misteriosamente logró colarse en la madrugada de los fines de semana de la emisora pública. Ella ponía sesiones techno, que era algo que nunca se había escuchado en España: aquello no parecía tener interés alguno para el indie afiliado, que probablemente pensaba que todo aquello era poco más que bakalao raro. Como rara era la estructura del programa: en los escuetísimos interludios hablados, una extraña voz femenina (¿cuántos años tendría por aquel entonces? ¡imposible deducirlo!) soltaba épicos haikus cacofónicos, yuxtaponiendo curiosos calificativos para lo que estaba sonando; en ocasiones intervenía por teléfono un DJ y... epezaba a sonar la correspondiente sesión, en las que nadie podía reconocer los temas que sonaban, y que solían sonar barriobajeras, musculosas, puro nervio, sin melodía y sin más intención que poner a la gente a bailar.
Me ha hecho muchísma ilusión leer en los foros las narraciones en las que la gente cuenta su relación con el legendario programa, porque suele ser una historia muy similar a la mía: chavales por entonces muy jóvenes, que estaban en trabajos aburridísimos o estudiando en casa, y que empezaron a dejarlo sonar un día sin darse cuenta. La primera vez parecía insoportable, la segunda sencillamente machacón, luego empezaba a no molestabar mucho, y acto seguido te resultaba interesante dejarlo de fondo. Y así, uno terminaba por volverse completamente fanático de lo que estaba sonando. Era la única forma de escuchar ese tipo de música en provincias, en una época en la que cierto tipo de modernidad tecnológica y cultural empezaba a extenderse por toda la península. Los ordenadores conquistaban parsimoniosamente su ineludibilidad, las telecomunicaciones multiblicaban su velocidad y expansión, y había por fín más opciones que TVE1 y TVE2; tambien en los pueblos. Y fue así que el programa de Sonia Briz, coparticipativamente, derivó en la subsiguiente y brutal escena techno de una España que empezaba tambien a drogarse con otras sustancias y de otra manera.
¡Cómo ha cambiado el mundo desde los tiempos de aquel programa! Evidentemente somos todos más viejos, pero acontecimientos como el óbito de la Briz te hacen echar la vista atrás y rememorar un mundo ya irreconocible. En todos estos años de tercera revolución industrial (vaya, al menos hemos vivido algo importante), traspasamos la entrada en la modernidad y muchísimos cambios en la vida cotidiana, con su correspondiente vanguardia cultural doméstica, que a tenor de su número de mártires (Sideral, Cocó, la Briz...) ya tiene su buen recorrido.
Ha sido una muerte muy techno: de modo anónimo (tampoco hay fotos de la cara de la tía), sin que trascendiese la noticia y corriendo de boca en boca por internet. Ya veréis la que se monta cuando se muera el Ordovás....
Qué mal rollo, no me gustan nada las muertes. Rollo caer del guindo. Te recuerdan que en la vida no todo es tan alegre y tan pop.