sábado, 17 de octubre de 2009

mediateca #43





















Oval - Systemisch

Datado de 1994, este absoluto clásico fue el que nos enseñó a muchos de nosotros a escuchar la música de una manera diferente, olvidando lo que de estrictamente juvenil pudiese tener la escena electrónica por aquel entonces, y retomando la senda que habían bosquejado Kraftwerk veinte años atrás: ¿qué hubiese sido del modernismo alemán, como proyecto cultural y social, de no haber sido cercenado por la ascensión del nazismo? La descomunal tradición vanguardista teutona reverdeció en los años 70 a manos de una generación crecida ya en la sociedad del bienestar, lejana por tanto del angustiante lastre de la guerra, y que intuía que los derroteros del inmediato porvenir estarían marcados por la ubicuidad de las computadoras en la vida cotidiana. Era necesario, de acuerdo con la filosofía estética de la Bauhaus, construir un arte nuevo, un lenguaje emergente en el que el concepto de lo musical trataría de encontrar nuevas estructuras mediante la producción de sonidos de lenguaje binario. El aforismo de Adorno preguntándose por un arte después de Auschwitz servía de guía a una serie de músicos de arte y ensayo que se movían entre la música concreta de Varese, la metafísica alemana, el situacionismo y sus secuelas, y un indisimulado hippismo (vertiente panteísta).
Oval entró por la puerta de atrás en un momento en el que la cultura rave estaba en pleno apogeo y la experimentación parecía un anacronismo: si algo había de revolucionario por aquel entonces, era bailar libremente. Pero rápidamente su influencia se extendió por toda una Europa cuyos nerds tambien querían su pedacito del pastel techno. Entre otras cosas, porque Oval no hacía música, sino estrictamente audio. Sound art. Los integrantes del grupo (por entonces un trío, luego el proyecto personal del lider Markus Popp) afirmaban que todo el mundo podía hacer canciones de Oval en su casa, en pos de una despersonalización del arte, que pasaba a ser entendido eminentemente como método, y en la que se ponían al día (y patas arriba) de modo deslumbrante los grandes asuntos de la música clásica contemporánea: la reflexión sobre el tempo, la música concreta como revolución de la escucha, lo aleatorio, el error (el material contenido en este disco proviene, en gran medida, de la utilización de glitches de CDs estropeados) y la perenne y respetuosa distancia que los alemanes acostumbraa a mantener con sus artefactos artísticos.
No obstante, Systemisch es no sólo un manifiesto por una nueva música digital: se trata de música hermosísima que no necesita complicidad con sus fundamentos teóricos para ser disfrutada. Sus oleajes de texturas y clicks funcionan a un nivel muy físico, sin necesidad de desarrollos narrativos, cuyo denuedo permanece más allá de la sorpresa inicial. Es arte contemporáneo que admite infinitas lecturas, y que deslumbra además como ambient estrictu sensu. Las cuatro piezas que abre el disco son parada obligada en cualquier antología de la mejor música culta de los años 90.
Aquí está, para todos aquellos que quieran recuperarlo y muy especialmente para los afortunados que no lo conozcan y puedan todavía disfrutar de la inolvidable primera escucha. Como puerta de entrada al digitalismo, no se me ocurre nada mejor.